Carta abierta a una amiga.

Las propuestas tienen un peligroooo… Oye, ¿te animas a arrancar un artículo dirigido a mujeres de 40? Y yo, ¡Claro! Y ahí, ya tengo montado el lío. Porque de pronto surgieron toda clase de planes y contingentes que me alejaron del hecho de escribir.

Bueno, al fin he llegado. Una semana más tarde, un viaje después y una cirugía familiar con sus correspondientes visitas al hospital.

Yo, como mujer de 45 años, ¿qué tengo para decir? Imagino que lo que casi todas. Ya gastamos una edad bastante aparente y un recorrido que nos confiere cierto empaque. Cierto que aún tilila esa llama juvenil que nos hace ser un poco cabritillas, ¡y gracias!

Las mozas de 40, cuando menos, hemos bregado con unas cuantas relaciones, me da igual en qué modo y manera: matrimonio, noviazgo, ajuntamiento, ajustamiento.

El hecho es que somos capaces de percatarnos por donde van los tiros de la guerra sin mucho desgaste en averiguaciones. Y esto, es un punto.

Algunas habéis tenido hijos y sois sabias en las lides de la maternidad. Otras, nulíparas, asistimos perplejas a la heroicidad que supone en estos tiempos ser madre. Lo de congraciar hogar y labor, ¡ardua tarea vive Dios!

Y… esos cambios que se producen en cara y cuerpo… El gesto se afila. La piel se desfonda un tanto. El cuerpo ya no es tan elástico. Las subidas y bajadas de peso. Las estrías. Y los rituales de belleza.

Las mujeres y sus necesidades estéticas. Tuve una jefa que siempre manifestaba este hándicap de que, para estar/verse bien, las féminas debíamos gastarnos un presupuesto, y su tiempo correspondiente, en belleza, que los varones no. Sus cosas.

Las no presumidas cortarán su pelo, se apearán del tacón y desistirán seguir los designios de la moda por una actitud mucho más cómoda para su día a día. Otras, les gustará pintarse la pestaña y lucir lo mejor posible.

Veleidades aparte, lo cierto es que el poso de las vivencias es lo que más se trasluce en la cuarentena. Mirar al rostro de una mujer hecha y derecha no es pavada. Recibirás de vuelta un compendio de información bastante jugoso.

Ya sabemos de los dolores de cuerpo y alma, accidentes, pérdidas, enfermedad, muerte,… Los tiempos de duelo son necesarios. Me gusta calificarlo como “estoy de reforma”. No sólo las casas son susceptibles de ser reformadas. Nosotras, pobres almas femeninas, sutiles y sagaces, sensibles y espirituales, nos debemos nuestros tiempos para recomponernos de ciertos pesares.

Llega un buen día en que te planteas ¿qué coño estoy haciendo con mi vida? Recibiendo directrices estúpidas del jefe de turno. Aguantando peroratas de la pareja. Y ahí surgen los vuelcos. Las más discretas iniciaréis una terapia en búsqueda y captura de una reafirmación a vuestra nueva “visión” de la vida. Es como si nos plantasen gafas. Todo se hace más nítido. Y en esa nitidez empiezas a no aguantar determinados gestos que antes pasabas por alto por no tener un encontronazo o no liar la madeja. Otras, más bravas, entraremos en conflictos impertinentes que no nos dejarán vivir y saldremos con las patas p’al alto. Huídas, catarsis, rupturas.

En todo caso, acotar estos estados a determinada edad… tampoco me parece del todo ajustado. Hay a quienes les llega a los 50, o a los 60. Lo importante es atreverse a mirar de frente los revoltijos vitales y tratar de refrescar situaciones para que el estancamiento no nos conduzca a la abulia y la depresión. Preferible un buen pataleo y llantina a un estado anestésico.

Cultivar la emoción. ¡Tan cercenada por nuestros semejantes! Estamos todos locos.

He observado que cuando alguien llora en público acontece una incomodidad. Enseguida los alrededores tratan de hacer broma para pasar página a esa situación cuanto antes. ¡¡¡ Y No!!! Hay que dejar que las emociones fluyan; si risa, risa, y si llanto, llanto. ¡Caray! La sociedad se ha establecido en un parecer de “todo disfrute”, aunque sea falso, aunque enmascare un drama, que resulta patético. Las cosas terminan por aflorar. Así que, cuando antes se ventilen antes se sanean.

Insisto: reforma. Evolución, cambio y transformación.

La vida es un camino y hay que caminarlo con todos sus altozanos, saltos a los arroyos, baños en pozas. Sufrimiento y deleite.

 

La curiosidad femenina, tan natural y graciosa, concédase la gracia del seguir buscando; pues siempre hay nuevos encuentros/descubrimientos a la vuelta de cualquier esquina.

¡Adelante pues!